Cuentos inmorales

Walerian Borowczyk

Contes immoraux. Francia. Dir.: Walerian Borowczyk. Producción: Argos Films, Syn-Frank Enterprises. Prod.: Anatole Dauman. Guión: W. Borowczyk, basado en dos relatos de André Pieyre de Mandiargues. Fot.: Bernard Daillencourt, Guy Durban, Noël Véry, Michel Zolat (Eastmancolor). Mús.: Maurice Leroux. Mont.: W. Borowczyk. Duración: 103 minutos. Int.: Lise Danvers (Julie), Fabrice Luchini (André), Charlotte Alexandra (Thérèse), Paloma Picasso (Erzsébeth Bathory), Pascale Christophe (Istvan), Filorence Bellamy (Lucrezia Borgia).

 

La película que colocó a Borowczyk a la vanguardia del erotismo cinematográfico de los años setenta.

André convence a su prima Julie para que le practique una felación al borde del mar. Thérèse se masturba en la habitación donde ha sido encerrada como castigo por llegar tarde a casa. La condesa Bathory celebra orgías de sexo y sangre con docenas de jóvenes campesinas. Lucrecia Borgia y su hermano, el cardenal César Borgia, se montan un ménage-à-trois con su propio padre, el Papa Alejandro VI.

Cuatro pequeñas obras maestras

Las películas de Walerian Borowczyk tienen algo especial. Se reconocen al instante. Su cine es un cine de montaje, encuadre y contraste; de texturas, fragmentos y objetos; de cuerpos, gestos y miradas; de guiños literarios, voces en off y pausas espaciotemporales. Borowczyk estaba obsesionado con el erotismo fin de siècle. Le gustaban los objetos de anticuario, los catálogos, los archivos, los marcos y la música clásica. Adoraba la ropa de cama de color blanco, los bordados, los corsés, las túnicas romanas, los espejos, las duchas y los baños. Autodidacta y metomentodo, él mismo solía encargarse de la dirección artística, el montaje y, a veces, hasta de la fotografía de sus películas. Cuentos inmorales, comúnmente considerado como su trabajo más inspirado, concentra todas estas particularidades y todos estos intereses en cuatro piezas de orfebrería cinematográfica.

La marée, primer episodio de este film de sketches, es una adaptación literal de un relato de André Pieyre de Mandiargues: un adolescente obliga a su primita a que le practique una mamada en la playa, mientras sube la marea. Borowczyk logra marcar una cadencia progresivamente excitante con un montaje de planos apretados, jugando con los límites del marco de la pantalla. En Thérèse philosophe, el segundo episodio, una quinceañera beata se mas-turba con un pepino, después de haberse excitado con los tubos del órgano de la iglesia y las ilustraciones atrevidas de varios libros antiguos. También aquí, el montaje de primerísimos planos-detalle cumple un papel esencial en la creación de una recargada atmósfera sexual en un entorno paradójicamente luminoso e ingenuo. El tercer episodio, Erzsébeth Bathory, ofrece las secuencias más elaboradas de toda la película. Paloma Picasso, hija del célebre pintor, pasea su estampa de gélida depredadora por estancias repletas de adolescentes desnudas, apelotonadas como cachorrillos en duchas, vestuarios, dormitorios y salones, ajenas al encanto irresistible de su hermosura en crecimiento; lolitas asustadas todas ellas, que acabarán siendo víctimas propiciatorias de un holocausto sangriento filmado como si fuese el acto final de una ópera macabra. Lucrezia Borgia, el último episodio, posee un tono más improvisado y jocoso. Mientras la famosa envenenadora retoza junto a su hermano cardenal y su padre Papa en lo que parecen ser las estancias privadas del Vaticano, se escucha la voz en off del dominico Savonarola predicando contra el vicio y la corrupción que imperaban entonces en la Iglesia Católica.

El talento de Borowczyk como erotómano mayor queda patente en la especial atención que le presta al intercambio de miradas y caricias entre los personajes; a los primerísimos planos de piel en contacto con telas, adornos, objetos y detalles del mobiliario, y a las composiciones pictóricas con mujeres desnudas en entornos refinados, inspiradas muy probablemente por las obras de Giorgio De Chirico, René Magritte y Paul Delvaux. “El cine no es literatura. El cine es apariencia”, aseguraba el realizador polaco en una entrevista publicada en marzo de 1985 en la revista Cinema Papers. “Es una lástima que no pueda hacer películas completamente abstractas. Después de todo, a la gente le gustan los fuegos artificiales y los eventos deportivos. El cine todavía no ha llegado a ese punto de sofisticación”.