SU VIDA

«Mi vida ha sido mucho más que un cuento de hadas.» (Audrey Hepburn)

Andrey Kathleen van Heemstra Hepburn-Ruston nació el 4 de mayo de 1929 en Bruselas. Su nombre, femenino de “Andrew", terminaría convirténdose en Audrey, debido a la confusión que creaba. El apellido van Heemstra, que proviene de la nobleza holandesa, le vino por parte de su madre. La Baronesa, también buscó un atecedente nobiliario en su marido, escogiendo el apellido Hepburn, que sería unido al de Ruston.

Como en Bélgica se atribuye la nacionalidad por parentesco ("lex sanguinis"), y no siguiendo el criterio de la territorialidad ("lex soli"), Audrey no adquirió la nacionalidad belga, pese a lo que se ha llegado a publicar en alguna biografía. Su padre era Británico, y fue inscrita en el consulado de Bruselas como tal. Un breve repaso a su árbol genealógico nos descubren parentescos ingleses, escoceses, irlandeses franceses y austríacos, por el lado de su padre; y holandeses, húngaros, y franceses por el de su madre.

Sus padres formaban una pareja tan peculiar como tormentosa. Joseph Victor Anthony Ruston, era un hombre de negocios, con proyección internacional, educado en Cambridge. Y su madre, la Baronesa Ella van Heemstra, con quien contraería matrimonio  el 7 de septiembre de 1926, en Batavia (Yakarta), era una mujer de gran carácter, que pertenecía a una de las familias más respetadas de Holanda. El matrimonio no era algo nuevo para ninguno de los dos. Ella estuvo casada con el holandés Hendrik Quarles van Ufford -con el que tuvo dos hijos, Alexander e Ian- en 1925, y Joseph Ruston, 11 años mayor que ella, también había roto su matrimonio con Cornelia Bisschop. Sin duda vió en su unión con la Baronesa una oportunidad de formar parte de una linaje de prestigio.

Audrey, que vino al mundo a las tres de la mañana, bajo el signo de Tauro, tenía en sus dos hermanastros, Ian (5 años) y Alexander (9 años), sus compañeros de juegos. El primero, debido a la proximidad de la edad, sería su favorito. Según reconocería Ian: "Como casi todos los bebés, Audrey era pequeña, arrugada, y con cara de mono. Pero creció rápido, enamorándonos a todos con sus ojos vivos." Alexander era un ratón de biblioteca, despertando en Audrey el amor por la lectura. "Cuando éramos niños" recordaba ella, "él estaba entregado a la lectura de Kipling, y me aficionó también a mi. Yo le seguía, así que, antes de cumplir los trece años, me conocía ya toda la obra de Edgar Wallace y Edward Phillips Oppenheim, que escribían largas series de misterios románticos sobre documetos secretos internacionales, diplomáticos misteriosos y seductoras espías. Esos sí que eran libros de aventuras, y no Topsy va a la escuela."

En enero de 1932, la familia abandonó la urbe de Bruselas para trasladarse al pueblo cercano de Linkebeek. La Baronesa quería que sus hija se criara cerca del campo, por lo que se instalaron en la mansión "Castel Sainte-Cecile", que le recordaba la familiar de Huis Doorn en Holanda, donde ella pasó gran parte de su infancia. Audrey, en contacto con la naturaleza y, acompañada de sus hermanos, se subía a los árboles y aprendió los juegos de los chicos, mientras despreciaba las muñecas que le ofrecía su madre. Alegre y divertida, ya demostró dotes de actriz a la temprana edad de tres años cuando, en su primer viaje a Inglaterra, protagonizó un curioso suceso. Visitando el pueblo de Folkestone, al sur de Inglaterra, escapó de la vigilancia de su madre quien, al rato de buscarla, comenzó a temer lo peor. Sin embargo, descubrió cómo un coro de personas aplaudían a una niña que bailaba al son de la melodía improvisada por unos músicos. Era su hija Audrey. Al ver el gesto de preosupación aliviada de su madre, la niña sonrió, saludó con la mano, y continuó bailando. La Baronesa se quedó perpleja, mientras una orgullosa sonrisa atravesaba su rostro. Según reconocería: "Audrey hacía ese tipo de cosas de forma espontánea. No era como otras niñas prodigio que buscan la admiración de los mayores. En ella era algo natural."

Pese a las actividades compartidas con sus hermanos, y que merecían, con frecuencia, la reprimenda de su madre, Audrey también tenía un lado sensible. Cuando iba de compras con ella, no dudaba en acercarse a todos los niños pequeños que veía: "Siempre he tenido un gran amor por los niños. Mi madre, sin embargo, no era una persona muy cariñosa. Había sido criada en un ambiente victoriano muy disciplinado y ético. Era estricta y exigente, y no solía dar grandes muestras de cariño. Yo lo buscaba en mis tías y niñeras." De acuerdo con ese carácter espartano, la Baronesa decidió enviar a su joven hija de cinco años a un internado en Inglaterra. La idea aterraba a Audrey pero, con el tiempo, reconocería el bien que le hizo la experiencia. Para habituarla a las costumbres inglesas fue enviada un verano con una familia de mineros que vivían en el campo, y allí aprendió los nombres de las plantas y las flores, forjando una gran amistad con la familia, con la que seguiría en contacto durante años.

Cuando la joven Audrey comenzaba a demostrar su capacidad para adaptarse a cualquier situación, tuvo lugar un triste suceso que la marcó, e influiría de forma decisiva en el resto de su vida. En mayo de 1935, Joseph Ruston abandonaría, para siempre, a su familia. Los motivos eran incomprensibles para una niña de seis años, que sólo alcanzaba a entender la tristeza derivada de la situación: "miras a los ojos de tu madre, y están cubiertos de lágrimas. Te preguntas: '¿Qué me va a pasar?'... Se fue, y nunca volvió. Observar la agonía de mi madre fue una de las peores experiencias de mi vida. Lloró durante días, y llegué a pensar que nunca pararía... Yo me quedé con un sentimiento de impotencia. No entendía por qué mi padre se había marchado." Si, con el tiempo, Audrey llegó a conocer la verdad de los hechos, es algo que nunca revelaría. Pero parece que parte de la culpa radicaba en la pertenencia de su padre a movimientos pro-fascistas como el BUF (British Union of Fascists), al que arrastró a su madre, lo cual porvocó un enorme malestar en la familia de ella. Los van Heemstras veían con muy malos ojos la creciente radicalización política de su yerno, que incluso intentó desviar parte de la fortuna familiar hacia la causa fascista. Las discusiones con su nujer eran frecuentes, y su aparente afición hacia la bebida lo empeoraba. De cuaquier modo, el hecho es que se fue, y nunca volvió, y Ella von Heemstra tendría que echar sobre sus hombres todo el peso de la familia.

 

 

GUERRA  Y  PAZ

Ella van Heemstra ganó la custodia de la pequeña Audrey en 1938, pero la mantuvo en el internado inglés, ante la petición de su marido, que deseaba poder visitarla. La Baronesa cedió, pensando más en su hija que en su ex-marido quien, de hecho, nunca la visitaría. Pero Audrey era feliz en su internado de Kent. Miss Rigdens, una de sus profesoras -que había sido discípula de la mítica Isadora Duncan- despertó en ella el amor por la danza, que se convertiría en su gran pasión. Sin embargo, esta nueva afición sería interrumpida por el inminente conflicto bélico que asoló Europa durante seis años. Ello también provocaría su primer y último reencuentro con su padre. Fue en el año 1939, mientras se encontraba en Inglaterra, disfrutando de sus vacaciones de verano. La Segunda Guerra Mundial estaba a punto de estallar, y su madre quería que viajase a Holanda, que por entonces era neutral. Joseph Ruston la recogió y la acompaño hasta el avión. Fue la última vez que le vió.

Cuando Alemania invade Polonia, en septiembre de 1939, Arnhem era una atractiva ciudad, cargada de Historia, rodeada de majestusos bosques y delicados montes, que contrastaban con la apatía de la llanura reinante en los Países Bajos. Sería allí donde la Baronesa von Heemstra, acompañada por sus tres hijos, fijaría su nueva residencia. Audrey, que hablaba inglés, holandés y francés, no tuvo problemas para aclimatarse al cambio, y a sus clases en el Instituto local. Su madre, consciente de su interés por la danza, la apuntó a clases de ballet en el Conservatorio de música. Sin embargo, su salida precipitada de Inglaterra terminaría siendo un error. La orgullosa isla, pese a sufrir duros bombardeos, nunca fue invadida; pero Holanda, pronto atarería la atención de las tropas del Tercer Reich. Y lo que parecía un paraiso neutral terminaría convirtiendose en un infierno.

El 9 de mayo de 1940, poco después de que Audrey cumpliera 11 años, los tanques alemanes cruzaron la fontera con Hollanda. Las esperanzas de mantener la netralidad de la 1ª Guerra Mundial se desvanecieron, aunque la victoria nazi fue más complicada de lo previsto. Mientras la poderosa Francia sucumbía con más facilidad de la esperada, Hollanda llevó a cabo una dura resistencia, similar a la que Finlandia libraba contra el gigante soviético. Pero Arnhem estaba cerca de la frontera con Alemania, y fue de las primeras ciudades en caer, y la Reina Guillermina, con su gabinete, huyó a Londres. Después de varios días de encarnizado combate, en los que las tropas nazis sufrieron grandes pérdidas, la aviación bombardeó Rotterdam, amenazando con reducir Amsterdam y La Haya a cenizas, lo que provocó la capitulación de las fuerzas holandesas el día 14 de mayo. El austriaco Artur von Seyss-Inquart fue designado Reichskommisar, máxima autoridad en el pais durante los cuatro siguientes años ocupación.

El gobierno exiliado en Londres comenzó a emitir un programa anti-nazi conocido como "Radio Naranja", gracias a la British Broadcasting Corporation. Los alemanes reaccionaron, confiscando un gran número de radios, lo cual también implicaba un gran contratiempo, ya que evitaba la recepción de la propaganda radiofónica nazi, considerada por el Ministro Goebbel's como de vital importancia. La apetitosa mansión de los van Heemstra también cayó en manos nazis, por lo que Ella se mudó con sus hijos a un modesto piso en la calle Sickeslaan. La Baronesa se unió a la Resistencia, al igual que todos sus hijos. Los chicos Ian y Alexander se negaron a pertenecer a las juventudes hitlerianas, y huyeron. Audrey, por su parte, también tomo parte activa en la lucha antinazi, llevando mensajes secretos escondidos en sus zapatos. En una de estas misiones en la que llevaba un mensaje a unos paracaidistas británicos escondidos en un bosque cercano, fue abordada por un soladado alemán. Como había recogido unas flores salvajes en el camino de vuelta a casa, se las entregó con una sonrisa, escapando de cualquier sospecha.

Despojada de todas sus posesiones y cuentas bancarias, la Baronesa se vió obligada a mantener a su hija con la mísera pensión asignada por el gobierno nazi. Para evitar levantar suspicacias, Audrey borró todas las huellas británicas de su nombre, siendo conocida, desde aquel instante, sólo como Edda van Heemstra.  Su única fuenta de ilusión provendría de sus clases de ballet en el Conservatorio de Arnhem: "Había decidido ser bailarina, y me lo tomaba muy en serio... Sobre todo quería ser solista. Admiraba a Pavlova. Tenía libros y revistas de ballet. Adoraba la música, y quería expresarme en el escenario. No lo podía lograr formando parte de una línea de doce bailarinas. Quería hacerlo sola, y estaba trabajando muy duro para lograrlo." Sin embargo, las restricciones les afectaron y, por primera vez, la familia sintió los estragos del hambre. Según admitiría Audrey, años más tarde: "Tenía 10 años en 1940, y cuando los alemanes fueron derrotados ya había cumplido 15. Eso significa que en la edad que más y mejor necesité comer no pude hacerlo. Esa es la clave de mi delgadez eterna y de mi débil y aparentemente poco saludable constitución".

Esta fragilidad la forzó a abandonar la danza, su gran ilusión, debido a su delicado estado de salud, castigado por la desnutrición y la anemia. Pero no fue esto lo que más la afectó, sino el recrudecimiento de la guerra a medida que tocaba a su fin. Conforme avanzaba el conflicto, crecían las necesidades del Tercer Reich, que echaría mano de la población civil para cubrirlas. Por ello, Audrey tuvo que esconderse durante tres semanas, evitando ser reclutada para la causa nazi.

El puente de Arnhem se había convertido en un punto estratégico para la invasión de Alemania, pero la Operación Market Garden llevada a cabo por la 1ª División Aerotransportada Británica, encaminada a su conquista, resultó un fracaso, al tropezar con dos divisiones acorazadas de las SS. La situación empeoró hasta la definitiva liberación de Holanda, el 5 de mayo de 1945. Audrey describiría ese dia como: "El día que aprendí que la libertad tenía un perfume propio, el olor a tabaco inglés."

Después de la liberación, Audrey trabajó como voluntaria en un hospital de combatientes holandeses. Según sus palabras: "La guerra me dió un profundo conocimiento del sufrimiento humano, que la mayoría de la gente joven desconoce. Las cosas que vi durante la ocupación me hicieron muy realista sobre la vida...Yo sobreviví a la guerra dando gracias por seguir viva, y consciente de la importancia de las relaciones humanas; más que la riqueza, la comida, el lujo, las carreras, o cualquier otra cosa que me puedan mencionar." Sin duda, esta terrible experiencia marcaría su vida, que siempre se caracterizó por una humanidad y generosidad que no desaparecieron durante sus años de estrellato, germen de su posterior labor en la UNICEF.

La familia van Heemstra, reunificada tras la vuelta de Alexander de un campo de trabajo alemán, emprendió viaje a Amsterdam. Las propiedades de la Baronesa habían sido destruidas, y era preciso empezar de nuevo. A la Baronesa, una vez instalados en un modesto apartamento, no se le cayeron los anillos a la hora de aceptar un trabajo como cocinera, mientras se restablecía la salud de su hija. Incluso consiguió retener una pequeña suma para costear sus clases de danza con la rusa Sonia Gaskell. Había que devolver la sonrisa y la ilusión de vivir a una chica de 16 años que había presenciado en directo los horrores de la guerra, y padecido sus consecuencias.

 

EL CINE

La llegada de Audrey al cine fue tan casual como inesperada. Apenas lo conocía, ya que la mayoría de las películas proyectadas hasta la fecha habían sido alemanas, y ella se había negado a verlas. Por otro lado, siempre confió en su carrera de bailarina. Lo último que por entonces se le cruzaba por la mente era la de forjarse una carrera como actriz.

Sin embargo, a finales del año 1947 el Séptimo Arte llamaría a su puerta. Un día, el productor H.M. Josephson, acompañado por el director van der Linden visitaron la escuela de la Sra. Gaskell en busca de una chica que pudiera interpretar el papel de azafata en el film holandés Nederland in 7 Lessen (holandés en 7 lecciones). Cuando vieron a Audrey se decidieron por ella quien, tras recibir la aprobación de la Baronesa, apareció por primera vez frente a la cámara ataviada con un uniforme de la KLM. La experiencia resultó gratificante, sobre todo por la pequeña e inesperada inyección de dinero, pero todo se quedó en eso. Audrey seguía empeñada en ser bailarina. Así, cuando la Sra. Gaskell trasladó su estudio a París, Audrey viajaría a Londres en compañía de su madre, para proseguir sus estudios con la beca concedida por la prestigiosa academia de Marie Lambert. 9 años después de haber abandonado Inglaterra, retornaría para instalarse en un pequeño hotel de King's Cross.

Audrey se esforzaría con gran estoicismo para cumplir sus sueños de triunfar en escena, pero Marie Lambert tardó poco en llegar a la misma conclusión que Sonia Gaskell. La chica tenía voluntad, pero no la acompañaba el físico. Era demasiado alta, y algo frágil. No onstante, la mantuvo en su disciplina, admirada por su tenacidad. Pero Audrey tenía que buscar formulas alternativas para subsistir en Londres, y comenzó a aceptar pequeños trabajos como modelo y bailarina "ad hoc", en musicales como High Button shoes, Sauce Tartare y Sauce Piquante. Aunque no se trataba de un trabajo que colmara sus aspiraciones, le reportaba la nada despreciable suma de 15 libras semanales. Poco a poco iban mejorando las cosas para ella y su madre.

Por aquella época probó las mieles del amor en la persona del cantante Marcel Le Bon, que le inundaba el camarote con rosas frescas. Pese a su aparente romanticismo, la terminaría abandonando tras faracasar en su intento de montar una obra, lo cual repercutiría, de forma muy positiva, en el futuro tanto personal como profesional de Audrey. La inestabilidad emocional de Lebon estaba en perfecta consonancia cono su escaso éxito como empresario. Su "espantada" de la vida de Audrey fue, por aquel entonces, lo mejor que le podría haber pasado.

Una noche, mientras actuaba en el cabaret Ciro's, llamó la atención del "cazatalebtos" Robert Lennard, que vió en ella cualidades de gran estrella. El la recomendó a la productora cinematográfica Associated British Pictures Corporation, que la colocó en su película Laughter in Paradise (1951) en un pequeño papel como vendedora de cigarrillos. Su intervención gustó, por lo que fue incluida en dos obras más de la ABC: One Wild Oat y  Young Wives's Tale.

Audrey no se dejó impresionar por el "glamour" del Séptimo Arte, y seguía su estrictos ensayos de danza, con la firme intención de lograr convertirse en una "prima balerina". Pero el cine seguía llamando a su puerta. Como todavía no había fijada su futuro en esta profesión, no dudó en rechazar un contrato de varios años con la ABC, para aceptar una pequeña aparición en la pelÍcula de la productora Ealing -una de las mÁs prestigiosas- The Lavender Hill mob (Oro en barras), una auténtica joya cinematográfica de la postguerra. Su nombre, aunque fuera en minúsculas, aparecería detras de auténticos mitos como Alec Guinness y Stanley Holloway.

Poco a poco Audrey se iba abriendo camino como actriz, lo que le llevó a rodar The secret people, en el que tendría su primer papel destacado. pronro se rendiría a la evidencia: sus sueños de "prima donna" del baila serían desplazados por el cine. Y pronto sería invitada a las mejores fiestas organizadas por la industria del celuloide. Como había roto con Le Bon, solía acudir acompañada por su agente, Jack Dunfee. Una noche, durante un cocktail en el Ambassadeurs Club de Londres, conocería a alguien muy especial. Siete años mayor que ella, James Hanson era un apuesto aristócrata ingles, que había servido durante la Segunda Guerra Mundial en el regimiento del Duque de Wellington, y ahora se dedicaba a dejarse codiciar como uno de los solteros de oro de la ciudad. Coleccionaba coches deportivos, pilotaba se propio avión y jugaba al golf y al polo. No tenía mucho en común con Audrey, pero supo cautivarla. En palabras del propio galán: "La invité a comer al día siguiente de conocerla, y nos enamoramos. Meses más tarde nos comprometimos para casarnos. Ella era una mujer de un sólo hombre, y tuvimos una relación seria....Era una mujer muy fuerte, con las ideas muy claras. Había tenido unos papeles pequeños en algunas películas, y su carrera estaba a punto de florecer. Eso quedaba muy claro en cualquiera que la conociese."

Mientras fructificaba su romance, despertando algunas dudas en la Baronesa -que admiraba la posición de Jimmy, aunque recelaba de su fama de conquistador-, su carrera seguía una marcha infatigable, aceptando un papel en la película Monte Carlo Baby. Dirigida por Jean Boyer -que también rodó una versión francesa- la llevaría al bello Principado de la Costa Azul. Allí llamó la atención de la célebre escritora Colette. Una obra teatral basada en su libro Gigi estaba a punto de estrenarse en Broadway. Después de conocer a Audrey, detuvo el "casting" de la obra, con un simple telegrama dirigido a la guionista Anita Loos en Nueva York que decía: "No escogas a la protagonista hasta recibir noticias mías." Colette supo ver más allá de las expectativas de la propia Audrey, que vaciló en aceptar tal responsabilidad a causa de su escasa experiencia. Pero una oportunidad así no podía ser despreciada.

El primer paso estaba dado, pero ahora había que convencer al productor, Gilbert Miller, todo un magnata de la escena neoyorkina, que se encontraba en Londres. Pero Miller no era un hombre al que le gustara perder un sólo minuto, por lo que ordenó a Anita Loos supervisar este "capricho" de Colette. Acompañada por la infatigable actriz Paulette Goddard, sometieron a Audrey a un exhaustivo reconocimiento, del que Audrey saldría muy airosa. "Paulette y yo estábamos encandiladas por la belleza tan especial de la chica" recordaría Loos, "Después de hablar con ella unos minutos, llamé a la secretaria de Gilbert, para comunicarle mis impresiones. A Audrey le pedí que volviera al día siguiente a leerme unas escenas. Cuando se marchó, me dijo Paulette: '¡En algo tiene que fallar esa chica! Alguien así debería de haber sido descubierta antes de cumplir 10 años. Tiene que haber algún fallo.' Pero no había ninguno. La perfección es difícil de encontrar. En la escena y el cine había sido vista por el público Británico durante dos años. Miles de personas la habían conocido, pero una visión tan preciosa no suele ser apreciada por la mayoría. Había tenido que llegar Colette para darse cuenta."

Al día siguiente fue recibida por Gilbert Miller y su mujer en su lujosa suite del hotel Savoy, con incomparables vistas sobre le río Támesis. Audrey estaba nerviosa y se equivocó en varias ocasiones, pero eso no pareció afectar a los Miller, que quedaron prendados de su carisma. Una vez superada la prueba, tendría que demostrar su talento en el escenario, para lo cual fue llamada la veterana actriz Cathleen Nesbitt. Su opinión resultó ser el apoyo definitivo que necesitaría Audrey. El siguiente paso ya sería de índole económico, con su agente, Jack Dunfee, haciendo lo posible por llegar al acuerdo más ventajoso posible para su estrella en ciernes.

 

HA NACIDO UNA ESTRELLA

Todo parecía marchar sobre ruedas para Audrey Hepburn. Un papel estelar en una obra de Colette en Broadway era mucho más de lo que jamás podría haber soñado. Muy  lejos quedaba su testarudo deseo de convertirse en bailarina. Este nuevo giro en su vida superaba, con creces, sus expectativas más optimistas. Su madre, que siempre la había apoyado y confiado en ella, podía respirar tranquila viendo cómo, de la forma más inesperada, volvía a disfrutar de una vida privilegiada. El orgullo y espíritu de sacrificio con el que había educado a su hijo, junto a las inevitables dósis de fortuna, habían dado sus frutos. Había llegado el momento de disfrutar un poco de la vida, sin tener que volver a mirar hacia atrás. El futuro prometía. Mientras tanto, Audrey se dejaba querer. El momento era dulce, y todavía faltaba por llegar el manjar más apetitoso.

Mientras su agente negociaba su contrato para Gigi, el gran director William Wyler viajaba a Londres para conversar con Richard Mealand, Director ejecutivo de la paramount en Europa, sobre su próximo y ambicioso proyecto. Pretendía rodar una película en Roma sobre una princesa europea que escapa de palacio y vive un romance con un periodista norteamericano. Para el papel principal había pensado en Jean Simmons, pero su atadura con la RKO, agravada por la pasión que despertaba en su dueño, Howard Hughes, le forzaba a buscar una actriz con garantías para interpretar un precioso pero sacrificado papel. Mealand recomendó a Audrey, insiprado por el recuerdo de su trabajo en The secret people. La idea de incorporar a una gran producción como Vacaciones en Roma  una actriz semidesconocida no asustó a Wyler, que ordenó de inmediato un encuentro con la joven actriz. Audrey estaba abrumada por la creciente fuerza que cobraba su nombre, aunque todavía no era consciente de lo que podría significar para su carrera esa llamada de Hollywood: "Yo no sabía quién era William Wyler, ni alcanzaba a comprender la importancia de rodar una película con  él... No tenía un gran conocimiento del cine americano... Era joven, estaba en racha, y disfrutaba haciendo pruebas y conociendo a gente a la que parecía gustar."

Wyler sucumbió a sus encantos y se decidió por ella. Aceptó la espera que sería provocada por su participación en Gigi, y le firmó un contrato de 12.500 dólares. Era poco para una estrella de Hollywood, pero mucho para una frágil e inexperta joven, que se había iniciado en el cine para ayudar a sufragar sus clases de ballet y procurarse una digna vida a su madre. Ahora tenía a uno de los realizadores más importantes de la Historia del Cine dispuesto a esperar el final de su periplo en Broadway, y paralizar la producción hasta su regreso. El "hasta la vista" firmado con Wyler desembocaría en su definitva consagración como estrella universal del Séptimo Arte.

Depués de despedirse de la Baronesa y de su novio, embarcó en el lujoso transatlántico Queen Mary con rumbo a Nueva York, aprovechando la duración del viaje para repasar el guión de Gigi. Estrenada en el teatro Fulton de la la calle 46, la obra resultó todo un éxito. Al salir de su hotel la mañana siguiente, para ir a comprar los periódicos, Audrey tropezó con David Niven, quien no duó en felicitarla. Gilbert Miller estaba encantado. Cuando Audrey acudió al teatro tenía ya sobre la mesa de su despacho los recortes de todas las críticas de la obra que, como la de Walter Kerr, del New York Times, se centraban en la persona de su joven protagonista: "Miss Hepbrun está tan fresca y juguetona como un cachorro recien lavado. Aporta inocencia e inteligencia a un papel complicado, y su actuación trae un soplo de aire puro a una temporada aburrida." En el New York World-Telegram and Sun, William Hawkins señalaba que "Audrey Hepburn, en el papel principal, tiene una belleza y talento incuestionables... Actúa con gracia y autoridad." El público también reaccionó con entusiasmo, lo que llevó a Miller a cambiar el cartel de la obra. El día del estreno había sido "GIG, con Audrey Hepburn." Una semana más tarde sería "AUDREY HEPBURN en GIGI."

La creciente popularidad de Audrey provocó un efecto doble y contradictoriio en la Paramount, que la tenía atada para Vacaciones en Roma, con la obligación de respetar su trabajo en Gigi. Por un lado, se frotaban las manos ante la joya que habían encontrado, pero tendrían que negociar con Miller, quien no albergaba la menor intención de detener la exitosa obra de Broadway. El precio del acuerdo se fijó en 50.000 dólares, por lo que Gigi cerró en el teatro Fulton el 24 de mayo de 1952, después de 217 actuciones. La película de Wyler ya se había retrasado bastante y era necesario, casi a cualquier precio, que Audrey se incorporara de inmediato al rodaje. Este ritmo frenético de trabajo repercutió en el compromiso entre Audrey y Jimmy Hanson. Según recenocería ella: "Cuando me case con Jimmy, quiero estar al menos un año siendo sólo su mujer. No puedo hacer eso mientras trabajo. Jimmy está siendo muy comprensivo. El sabe que sería imposible que yo abandonara mi carrera por completo. No puedo. He trabajado demasiado para conseguir algo. Y me han ayudado muchas personas. No las puedo defraudar."

No le faltaría razón. Y el "supuesto" romance entre ella y Gregory Peck -que, en realidad, nunca paso de una buena amistad-, terminó por afectar la paciencia de Hanson. Después de un viaje relámpago a Hollywood para aclarar la situación, volvería a Huddersfield como soltero. El anuncio oficial de la ruptura tuvo lugar el 15 de Diciembre de 1952. Audrey, gracias a su magnífica interpretación de la dulce princesa Anne en Vacaciones en Roma, se había convertido en la gran revelación cinematográfica del momento. Con su sencilla y penetrante belleza había desplazado a "bombones" consagrados como Betty Grable, Ava Gardner, Jane Russell, Lana Turner o Rita Hayworth. En palabras d William Wyler: "Ella sí que parecía una princesa. De no haber sabido lo contrario, hubiera dado por hecho que lo era." El mundo entero se rindió a su encanto, lo que se tradujo en el Oscar de 1953 a la Mejor Actriz, así como los premios de la Academia Británica, y de la crítica americana. Cuando un periodista le preguntó por su próximo objetivo, respondería: "Sigo teniendo la misma meta: convertirme en una gran actriz. Sí, quiero ser una muy buena. En mi siguiente película lo quiero demostrar."

 

AUDREY Y MEL

Las comprensibles ambiciones profesionales de Audrey no lo eran todo para ella. Quería triunfar como esposa y madre, pero era consciente de las dificultades en compaginar su trabajo con una relación estable. Pocas personas podrían llegar a comprender su situación, menos que fueran de su misma profesión.

Después de finalizar la gira de Gigi, pactada con la Paramount al finalizar el rodaje de Vacaciones en Roma, Audrey retornaría a Londres. Gregory Peck se encontraba en la capital británica y la invitó a su casa de Grosvenor Square. Allí conoció a su amigo Mel Ferrer, que rodaba en Elstree la película Los Caballeros del Rey Arturo, a las órdenes de Richard Thorpe. "Comenzamos hablando del teatro" recordaría Mel "Conocía La Jolla Playhouse Summer Theatre, donde Greg y yo habíamos sido co-productores durante años. También admitió que me había visto tres veces en la película Lily. Al final me dijo que le gustaría hacer una obra conmigo, y que le mandara un guión si lo conseguía." El "flechazo" fue mutuo e intsantáneo, y al día siguiente fueron juntos al teatro. La prensa no detectó este romance, empeñada en unirla con Gregory Peck. Este, cansado de los falsos rumores, declararía injusto unir el buen nombre de Audrey al de un hombre casado como él. No obstante, a su matrimonio sólo le quedaba un año. Peck terminaría dejando a su mujer por Veronique Passani, una periodista que le había entrevistado en París, con quien tendría dos hijos.

Tras el éxito de "Vacaciones en Roma", Hollywood se había rendido a sus pies, y el romance entre Audrey y Mel se deslizaba, como un submarino, bajo las turbias aguas del "gossip" cinematográfico. Las habladurías se desplazaron hacia la persona de William Holden, compañero de reparto de Sabrina, comedia preparada "a su imágen y semejanza" por el genial Billy Wilder.  Al igual que en "Vacaciones en Roma", el film giraría en torno al mito de "La Cenicienta", aunque en este caso se trata de una comedia más pura, digna del ingenio de Wilder. Por su interpretación, Audrey recibiría su segunda nominación al Oscar, y el pleno reconocimiento del público y de la crítica especializada, que admitían que lo de "Vacaciones en Roma" no había sido casualidad.

A diferencia de los rumores divulgados sobre ella y Peck, en el caso de Holden sí tenían fundamento. Pero la atracción existente entre ambos no cristalizó en nada serio. Si la idea de tener que lidiar una ex-mujer y tres hijos atentaba ya bastante contra los principio de Audrey, la noticia de la vasectomía practicada sobre Holden terminaría por disuadirla. Mientras tanto, Mel seguía firme en la retaguardia. Y fiel a la promesa perpetrada por la joven actriz en su primer encuentro, le envió un guión de teatro: Ondine. Era una fábula medieval sobre un romance entre un caballero andante y una ninfa de 14 años. Después de leerlo, Audrey le llamó y aceptó.

Estrenada en Broadway el 18 de febrero de 1954, Ondine se convirtió en el garante tanto profesional como personal de la pareja  Audrey - Mel. Todo parecía encajar a la perfección, aunque fue ella la que se llevó las mejores críticas, así como los aplausos más fervorosos. Brooks Atkinson, del New York Times escribió: "Todos saben que Audrey Hepburn es una joven deliciosa, y nadie ha dudado nunca de su enorme talente como actriz. Pero su trabajo en Ondine es complicado. Es un conglomerado de impresiones y humores intangibles, de travesuras y tragedias. Miss Hepburn sabe traducirlas al lenguaje del teatro. Su actuación, llena de gracia y encanto, es disciplinada." Un momento inolvidable de la obra sucedía cuando Audrey, haciendo uso de su entrenamiento en el ballet, saltaba a los brazos de un sentado Mel Ferrer. Su siguiente salto iba a ser hacía el matrimonio.

La Baronesa Ella von Heemstra no aprobaba la relación. Su hija era una joven estrella de 25 años, pero Mel, doce años mayor, ya tenía dos hijos de su anterior matrimonio. Su carrera no estaba a la altura de la de Audrey, que soportaría como gran entereza los continuos comentarios sobre los celos que él profesaba hacia ella. Ambicioso y dominante, terminaría desplazando sus anhelos inalcanzados hacia la persona de su mujer. Pero el poder que ejercía sobre ella era inmenso, y la resistencia de su madre fue superada con facilidad y argumentos como: "Mamá, no hace falta que te recuerde que te has casado y divorciado dos veces, y que tuviste dos hijos con tu primer marido."

Anunciaron su compromiso en la primavera de 1954, contrayendo matrimonio en Burgenstock (Suiza) el 25 de septiembre del mismo año. Tras una breve luna de miel en Italia, la pareja resumió su profesión, siendo contratados -gracias a Audrey- en la adaptación de la gran novela de Tolstoi Guerra y Paz, que sería dirigida por King Vidor. Cuando el veterano director le propuso el papel estelar de la superproducción "Guerra y Paz" sabía lo que hacía. Y es que, como reconoció Audrey después de leer la novela de Tolstoy: "Cuanto más veía a Natasha, más me veía a mí misma".  No obstante, puso como condición que se incluyera a su marido Mel Ferrer en el reparto, pues no deseaba estar separado de él durante tanto tiempo después de su reciente boda. En Guerra y Paz, Audrey Hepburn demostró su versatilidad y talento para el Cine, ya que poco tenía que ver este film con su dos películas anteriores. De esta manera, cuando una vez concluído el agotador rodaje -que duró cuatro meses- se retira a descansar a su casa de Suíza, le llovieron todo tipo de ofertas de Hollywood. Aunque era consciente de que no podía exigir siempre la presencia de su marido juneto a la suya, lograría resolver el dilema aceptando el papel estelar de Funny Face, tomando en cuenta que Mel también tenía que rodar Paris Does Strange Things en la capital francesa. En Funny Face (Una Cara con Angel, 1955), Audrey Hepburn demuestra sus aptitudes para el canto y la danza en un delicioso musical dirigido por uno de los mejores exponentes del género: Stanley Donen. Cimentado sobre la genial música de Gershwin y avalado por la presencia de Fred Astaire, Donen crea una trama que gira en torno a dos componentes: Audrey Hepburn y París.

A la ciudad del Sena volvería en Love in the Afternoon (Ariane, 1957), de nuevo a las órdenes de Billy Wilder. Era una sólida comedia que la mantenía en la primera línea de Hollywood. No se puede decir lo mismo del telefilme Mayerling, en el que aparece junto a Mel Ferrer. Al menos, le sirvió para comprender la imperiosa necesidad de separar su carrera artística de la de su marido, de forma definitiva.

Como deseaba dar un giro a su carrera, aceptó trabajar bajo las órdenes de Fred Zinnemann en A Nun's Story (Historia de una Monja, 1959). Este prestigioso realizador, después de hacer oidos sordos a las insinuaciones de Audrey para que Mel pudiera hacer el papel del cínico Dr. Fortunati -que iría a parar a manos de Peter Finch- sacó de ella una de sus mejores interpretaciones. Su actuación, compleja y laboriosa, reflejaba sus grandes dotes de actriz, por lo que recibió su tercera nominación para la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. Su personificación de la hermana Luke, que ve cómo sus ideales religiosos se tambalean ante las injusticias que plagan el mundo, se convertiría en uno de los grandes hitos de su vida.

Mel Ferrer llevaba méses esperando la terminación del rodaje de Historia de una monja para embaucar a Audrey en un proyecto dudoso, que además sería dirigida por él: Mansiones verdes. Este "acto de " de Audrey hacia su marido sería estrenada en la primavera del año 1959, con resultados decepcionantes, que fueron mitigados por el exitoso estreno de Historia de una monja. En The Unforgiven (Los que no Perdonan,1960), Audrey vuelve a demostrar su versatilidad en el Cine, interpretando a una mestiza, en un sólido western de John Huston. Pero Audrey no guardaría buenos recuerdos de esta película. Un desafortunado accidente mientras montaba a caballo desembocaría en la pérdida del niño que esperaba. "Me sentí responsable por haberla puesto sobre un caballo por primera vez" reconocería, con tristeza, el porpio Huston, "Tenía una buena profesora, y lo hacía muy bien. Pero el caballo le hezo un extraño, un idiota intentó pararlo, empeorando la situación...Tuve esa caida sobre mi conciencia."

Pero sería cuestión de esperar unos meses, porque en octubre de 1959 volvería a dar positivo en una prueba de embarazo, dando a luz a Sean el 17 de julio de 1960. Su sueño se había hecho realidad. Ya no tendría que desplazar su amor hacia otros seres, como su célebre perro Famous. Había llegado el momento de darle a su propio hijo todo esa ternura que siempre había llevado dentro de ella. El asedio de los periodistas fue grande; así que, pese a ser muy celosa con su vida privada, cedió y aceptó dar una conferencia de prensa en la que dijo: "Me gustaría mezclar a Sean con todo tipo de personas de diferentes paises. Si es como espero, aportará su grano de arena para hacer de este mundo un sitio mejor."

Audrey quería que este maravillosso cambio en su vida también tuviera su reflejo en la pantalla, consciente de que, a los 30 años, casada y con un hijo, ya no podía seguir aceptando papeles de niña inocente. Después de rechazar varios guiones se decidió por la adaptación de la novela de Truman Capote Breakfast at Tiffanys (Desayuno con Diamantes,1961) que sería dirigido por Blake Edwards, una de las nuevas figuras de Hollywood. Los años sesenta habrían de dar a luz un nuevo tipo de comedia más sofisticada, y tanto Audrey como Edwards fueron uno de sus mayores exponentes. En vez de seguir anclada -como han hecho muchos artistas que han alcanzado la fama  en torno a un estereotipo- a su pasado, supo evolucionar hacia un cine que, sin perder un ápice de brillantez, se adaptaba al pensar social de aquel momento. Por ello, Desayuno con Diamantes no hizo sino ratificar su condición de gran actriz, lo que se tradujo en una nueva nominación al Oscar de la Academia de Hollywood.

Al año siguiente, Audrey Hepburn vuelve a ser dirigida por el hombre que la descubrió: William Wyler. Este genial director estaba preparando un "remake" de su film These three (Esos Tres,1936), y convenció a Audrey para que compartiera reparto con Shirley MacLaine y James Garner en The Children's Hour (La Calumnia,1962). Se trataba de un drama agridulce, con el lesbianismo como tema de fondo, que exigió un esfuerzo interpretativo ciertamente considerable para lograr esquivar la censura de la época sin mutilar su argumento. Audrey quedó satisfecha con su sacrificado trabajo en La Calumnia, que tuvo una aceptación irregular, pero deseaba volver a interpretar una comedia que siguiera en la línea emprendida con "Desayuno con Diamentes" por lo que viajo a Paris para interpretar Charade (Charada) de Stanley Donen y Paris when it Sizzles (Encuentro en París) junto a su amigo William Holden. Aunque Encuentro en París pasó en cierto modo desapercibida para el público y la crítica, Charada se convertiría en uno de los mayores éxitos de su carrera. La película estaba dotada de un gran ritmo, de tal forma que, desde el momento en que comienza -con la ya célebre música de Mancini- logra hipnotizar al espectador enlazando, con maestria, escenas de humor y de intriga, donde la complejidad de las relaciones entre los protagonistas resultará fascinante.

Hacía tiempo que el musical My Fair Lady triunfaba en Brodway, protagonizado por Rex Harrison y Julie Andrews. Cuando se le otorgó el mando del proyecto cinematográfico a George Cukor, no dudó en desestimar la opción de Julie Andrews en favor de una Audrey Hepburn que, sin duda, suponía un aval frente al éxito tanto comercial como artístico del film. Cukor siempre tuvo claro que su criterio como cineasta tenía que prevalecer por encima de todo: "Para mi, My fair lady era una obra con música...Si hubiera pensado que se trataba de un musical, no lu hubiera aceptado." El veterano director era todo un personaje, llegando a interrumpir el rodaje de la película, el 22 de noviembre de 1963, después de conocer la noticia del asesinato del presidente J.F. Kennedy: "Tengamos dos minutos de silencio para rezar". Audrey añadiría: "Que descanse en paz". Por desgracia, y debido a presiones externas, no se permitió que Audrey utilizara su propia voz- que tan buen resultado había dado en Una Cara con Angel y Desayuno con Diamantes- para los numeros musicales de My Fair Lady, lo que la desplazó de la carrera por un nuevo Oscar. No obstante, el increíble triunfo de esta película, con 8 estatuillas de la Academia, fue más que suficiente para recompensar a la Sra Ferrer, cuyo matrimonio comenzaba a dar algunas señales de debilidad. Su siguiente película trataría ese problema.

Two for the Road (Dos en la Carretera,1967) es, no sólo una de las mejores obras del binomio Donen-Hepburn, sino uno de los más completos estudios cinematográficos realizados sobre el mundo de la pareja y, en definitiva, del matrimonio. El análisis realizado se lleva a cabo desde muchos puntos de vista, estudiando en profundidad los problemas fundamentales que surgen en toda relación. La película tiene un ritmo muy vivo, logrado mediante un constante viaje a través del tiempo, que supone la aplicación de una técnica arriesgada, pero ejecutada, en este caso, de forma brillante. Durante sus 112 minutos de duración, el espectador puede observar la evolución del matrimonio Wallace (Audrey Hepburn y Albert Finney), desde su accidentado génesis, durante más de diez años, mediante una sucesión de secuencias breves, sin orden cronológico, centrados en los distintos viajes realizados por sus protagonistas a lo largo de la Riviera Francesa.

La experiencia de Dos en la Carretera sin duda caló muy hondo en Audrey que veía la enorma satisfacción que también suponía interpretar a una mujer corriente. Y, en un afan de superación, emprenderá un nuevo reto: dar vida en el cine a una ciega. En todo un alarde de talento, Audrey bordaría su papel en Wait until dark (Sóla en la oscuridad, 1967), hasta el punto de que, para un completo desconocedor de su carrera, no sería difícil caer en la convicción de que la protagonista del filme era realmente invidente. Su gran trabajo le proporcionaría una nueva nominación al Oscar de Hollywood, aunque por cuarta vez consecutiva se vería privada de recibir el preciado galardón. Lo que no mejoraba era su matrimonio con Mel, cuya separación se hizo oficial en septiembre de 1967. Audrey, que siempre había situado su vida personal en primer lugar -no volvería a rodar otra película en 8 años- reconocería con amargura las tristeza de esa ruptura: "Cuando mi matrimonio con Mel se rompió, fue algo terrible. Pensaba que una unión entre dos buenas personas, que se querían, debía ser eterna. Mi desilusión fue muy grande, porque lo había dado todo." El divorcio se hizo oficial el 21 de noviembre de 1968, dos meses después de su 14 anivesario de boda.

 

AMA DE CASA Y EMBAJADORA DE LA UNICEF

En Junio de 1968 Audrey viajó a Grecia en compañía de algunos amigos, y conició a Mario Dotti, un prominente psiquiatra, profesor de la Universidad de Roma. Ella, nueve años mayor que él, cayo en las redes del amor como una colegiala: "Fue inesperado. Era un hombre entusiasta y alegre, al que encontré muy atractivo. A medida que le conocí mejor, descubrí que era sensible y maduro." Después del romántico crucero por el mar Egeo, y una vez que su divorcio con Mel fue oficial, viajaría con frecuencia a Roma para ver a Mario. El romance iba a toda velocidad. El cine ya no le interesaba; esta nueva ilusión colmaba sus deseos. Así, el 18 de enero de 1969 Audrey Hepburn y Mario Dotti contrajeron matrimonio en el pueblo suizo de Morges, cerca de su casa de Tolochenaz.

Instalada junto a su marido y su hijo Sean, en Roma, Audrey se entregó, por completo, a su nueva y desaeada profesión de ama de casa. Su marido atendía la consulta, su hijo asistía a un colegio bilingue, y ella cocinaba espaguetti. Una noche, asediada por los paparazzi en un restaurante romano, proclamaría su nuevo estado de ánimo: "Estoy enamorada y feliz. Nunca pensé que me podría ocurrir... No me importa si no vuelvo a hacer otra película. No he parado de trabajar desde niña, y necesito un "relax". ¿Por qué debería volver al trabajo que abandoné cuando tengo a mi marido?. Es su vida la que quiero vivir."

El 4 de mayo cumplió cuarenta años, y poco después se haría una prueba de embarazo. El resultado fue el pequeño Luca, que nació el 8 de febrero de 1980 en el Hospital Cantonal de Lasanne, en Suiza. Sean ya tenía un hermano con el que jugar, y Audrey un motivo añadido para no abandonar su retiro de Roma. Pero quien también comenzaba a jugar era su marido Mario, y las noticias sobre sus infidelidades bombardeaban la paz de Audrey. Empezó a sentirse sóla, mientras sus estancias en Suiza, junto con sus hijos, se multiplicaban. Poco a poco comenzaría a fraguarse en su interior la posibilidad de volver a lo suyo: el cine. Necesitaba dar un nuevo empuje a su vida, y este vendría de la mano del director británico Richard Lester: Robin y Marian (1976). Audrey tenía recursos para combatir las inclinaciones de "latin lover" de su marido, y los utilizó. Hollywood le tendía la mano, y ella la cogió, considerando que era necesario darle una lección, y reivindicar su independencia. El resultado fue Lazos de sangre (1979).

Esta terapia no cambió los hábitos de Mario, pero sí levantó la moral de Audrey; sobre todo después de conocer al actor Ben Gazzara, durante el rodaje de Lazos de sangre. Un año menor que ella, este simpático actor de origen italialiano, que provenia del prestigioso Actors Studio de Lee Strasberg, rellenó el hueco emocional que perturbaba el corazón de Audrey. Nunca hubo nada serio entre ellos; pero la idea de intentar curar a su marido, con su propia medicina, dió los resultados lógicos: ambos se separaron, y ella volvió a compartir reparto con Gazzara en Todos rieron (1981). Audrey disfrutaba de la compañía de Ben quien, no obstante, y pese a los rumores, no iba a convertirse en el siguiente hombre de su vida. Este lugar estaba reservado al apuesto Robert Wolders, cuya serena paz le acompañaría hasta los últimos días de su vida. Juntos afrontaron los años difíciles venideros. El bombardeo de desgracias comenzaría en 1981 con la muerte de William Holden, seguido de su definitivo divorcio de Dotti en 1982. En 1983 falleció David Niven, y el 26 de agosto de 1984 llegó la hora de su madre, el gran apoyo de su vida. La apatía que había provocado en Audrey la noticia de la muerte de su padre, en octubre de 1980, contrastó con la terrible angustia experimentada ante la pérdida de la Baronesa Ella van Heemstra: "Estaba perdida sin mi madre."

Estas terribles noticias marcarón los últimos diez años de existencia de Audrey Hepburn. Era como si todo lo absurdo y vacío de su pasado le fuera revelado de golpe. Ahora, que por fin había encontrado la estabilidad sentimental junto a Wolders, daría un nuevo y definitivo giro a su vida. Tenía que hacer algo por los demás, y la respuesta le encontrario en UNICEF. Había que hacer algo por esos niños de paises sin recursos y sin esperanza, sumidos en la pobreza más atroz, ante el silencio y la indiferencia de nuestras sociedades opulentas; y ella lo hizo. Su ánimo era intenso, lo que desembocó en frecuentes viajes por las tierras inhospitas del Tercer Mundo. Pero sus fuerzas, nunca poderosas, la fallaron. Lo que ella consideraba como una posible infección tropical se destapó como un cancer de colon,  y la operación a la que fue sometida en noviembre de 1992 no surtió los efectos deseados.

A comienzos de enero de 1993, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood había anunciado que Audrey iba a recibir el premio humanitario Jean Hersholt por su trabajo en UNICEF, en la siguiente ceremonia de marzo. Ironicamente Hersholt, fallecido en 1956, había presentado el Oscar que recibió por Vacaciones en Roma en 1953. Una semana después de recibir la noticia, Audrey dió su último paseo por los jardines de su residencia La Paisable de Tolochenaz, acompañado por Robert Wolders.

Audrey falleció, durante el sueño, el 20 de enero de 1993, a la edad de 63 años. Los medios de comunicación del mundo dieron la noticia y lamentaron su desaparición. Todos coincidieron en describirla como lo que en realidad era: "la princesa", en feliz expresión de Sinatra.

«Dios tiene un nuevo y precioso ángel ahora, que sabrá muy bien lo que tiene que hacer en el cielo.» (Elizabeth Taylor)