Mr. Pinkerton y los dolorosos sueños olímpicos

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¡Hola muchacho!

¿Cómo has pasado el verano? Me han dicho que descubrieron que habías vaciado una tumba en el cementerio y lo habías llenado de agua para hacerte tu piscina-jacuzzi particular… Yo he pasado un verano placentero, con mis vacaciones en las playas del estrecho y echando de menos a Magda, que me ha pedido una excedencia para irse con los de Greenpeace a salvar ballenas…

Pero mi verdadera aventura, muchacho, llegó a principios de Agosto. Me llegó una nota anónima que me citaba en uno de los restaurantes de la Plaza Mayor. Sólo decía: “Seré la de las gafas de sol”. El problema era que me citó a la una de la tarde y, a esa hora, en Agosto, todas las señoras llevaban gafas de sol, claro. Pero como soy detective, supe que la que me citó era la única que, además de llevar gafas de sol, tenía un pañuelo estampado que le cubría la cabeza. Y para más inri, no paraba de mover la pierna con inquietud. Me senté a su lado, y en cuanto me saludó supe quién era: ¡La alcaldesa de Madrid!

Sí, muchacho, y esto fue lo que me dijo: “Mr. Pinkerton, le necesito en Buenos Aires para la ceremonia de elección de sede de las olimpiadas de 2020. En los días previos va a haber mucho lobby suelto pretendiendo que Madrid no se lleve estas olimpiadas, ¡y eso no lo voy a consentir!”. Así que mi labor consistía en vigilar a los lobbies y dar parte de cualquier irregularidad que viese. He de confesarte, muchacho, que esta nueva misión me encantaba. Iba a ser testigo de uno de los acontecimientos más misteriosos de la humanidad: La toma de decisión de cerca de cien miembros del COI. Me atrevería a decir que Hitchcock se quedó con las ganas de hacer una película sobre este hecho. Ya me lo imagino, con Spencer Tracy haciendo de presidente del COI, Cary Grant haciendo de lobby inglés y Grace Kelly de princesa de Mónaco tocapelotas… La alcaldesa me despertó de mi sueño fílmico preguntándome qué quería tomar tras el bocata de calamares que nos zampamos, y le dije que un café con leche…

El caso es que nos fuimos varios días antes de la gran cita, para ir preparando la presentación y, en mi caso, hacer el control del lobbyteo. Me fuí contagiando del espíritu olímpico. Ya me imaginaba yo a los corredores de maratón corriendo a la vera del Manzanares en plan “Carros de fuego”. El Hotel Hilton de Buenos Aires tenía un aspecto por fuera muy desagradable, parecía como un gran bunker, antiestético y excesivamente funcional. Sin duda, era el escenario perfecto para lo que allí iba a acontecer. Hitchcock no hubiese elegido otro hotel para su película.

El ambiente allí era de una falsedad reluciente. Todos sonreían, pero a sabiendas de que no importaba lo que te dijeran, sino lo que pensaran. Aquello era un ir y venir de personas, coger por banda a unos y a otros para intentar vender tu ciudad, hacer pequeñas reuniones, un café con uno, un té con otro, un mojito si hacía falta…. Y en una de esas le vi; sí, muchacho, le vi: ¡¡El príncipe Alberto!! Te aseguro que casi escuché la música de “Tiburón” a medida que se iba acercando a mí. “Así que usted es Mr. Pinkerton… le conozco por el caso de las joyas de Cannes. Aunque aquí no hay muchas joyas que cuidar, vaya usted a saber por qué está usted aquí…jajajaj”. Y se fue con su panza hacia otro lado.

Mientras tanto, los ensayos se iban realizando. Cuando escuché el discurso de la alcaldesa me entraron ganas de decirle: “Señora, no está usted hablando con niños de primaria, sino con miembros del COI, ya sabe”. Pero como allí nadie le decía nada… Al cabo de unos días llegaron los refuerzos: El príncipe Felipe y Pau Gasol. La cosa iba mejorando. Pero no había que olvidar que, junto a Madrid, competían Estambul y la todopoderosa Tokio. Los lobbies cuchicheaban, y me miraban mal. Llegó un rumor de que la cosa se estaba complicando para nosotros, así que se me acercó Botella y me dijo: “Mr. Pinkerton, ¡a machete! ¡Hay que ir a machete, que se nos desploma la cosa! Olvídate de controlar a los lobbies y hazte tú uno para vender Madrid”. Y eso hice, muchacho, me puse la corbata roja y me puse manos a la obra.

Pero no resultaba fácil, me pasé hora y media hablando con un miembro del COI oriental y cuando pensaba que me lo había camelao va y me suelta: “Pinkerton, es que… Alejandro Blanco, vuestro presidente del COE, se parece al alcaide malo de “Cadena perpetua” y, claro, prefiero votar a Tokio”. Oído esto, como comprenderás, poco más puede hacer un hombre sensato como yo. Los demás siguieron con dichas labores: Gasol se echó unas canastas con algunos miembros y se dejó perder, el príncipe recitó a Shakespeare en tres idiomas intercalados, el hijo de Samaranch repartió fotos de su padre apelando a la nostalgia al anterior presidente, la alcaldesa Botella leyó unos cuentos a algunos de ellos…y así fue como se fue peleando por conseguir los votos de los miembros.

Y llegó el gran día, muchacho. Una gran tormenta caía sobre Buenos Aires. Como ocurre en muchas pelis, la lluvia aumentaba la tensión en el ambiente. A la delegación madrileña le tocaba exponer en último lugar. Primero Estambul, no lo hicieron mal; después Tokio, con unos videos simplemente geniales, y le tocó el turno a Madrid. Más de uno tuvo que visitar el baño varias veces antes del acto. Rajoy fue el último en llegar y en los pasillos se le veía ensayar su discurso; el alcaide Norton, digoooo, Alejandro Blanco hacía yoga en el ascensor, y Pau se tranquilizaba echando unos tiritos con la infanta Pilar. “¡Alea jacta est!”, gritamos todos justo antes de subir a la mesa de exposición.

Todo fue tal y como se produjo en el último ensayo, y algo en el ambiente me decía que esto no iba a acabar bien. Veía imágenes desde el móvil de los madrileños volcados en la Puerta de Alcalá, y sólo pensaba en todos esos niños ilusionados en exceso por la mass media, como si la elección de la sede dependiera de un gol de Iniesta… En el tiempo de espera hasta la primera votación ocurrió de todo; peleas, vómitos, ataques de ira descontrolada…y entonces llegó el empate con Estambul. A todos se nos puso la cara blanca. ¿Pero cómo era posible? ¡Si en la visita a Madrid nos habían dado la máxima puntuación! ¡Si se habían hartado de vino y jamón!

Pero se ve que para los miembros del COI esas cosas no importan. Yo sabía que Madrid no pasaba el desempate, porque aquellos que votaron a Tokio votarían ahora a Estambul, para así quitarse de en medio a la a priori candidata más fuerte. Dicho y hecho. Madrid fuera. Lágrimas por doquier. Vómitos por las esquinas. Gritos de por qué, por qué entre sollozos… Hay cosas que no se entienden. Por tercera vez consecutiva en la cuneta. María Escario destrozada, la princesa Letizia y el alcaide ni te cuento….

Y tras todo ello, el avión-funeral camino de Madrid. Objetivo no conseguido. Muñecos vudú del Barón de Coubertin y de Alberto de Mónaco. Otra vez será, quizás en 2036.

¡Un saludo!

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